¿¿Mecanizando lo sagrado..??


Si retrocedemos un poco en la historia y nos remontamos a la primera revolución industrial, el primer factor que sobresale es la división del trabajo. Antes las parteras o comadronas eran las únicas encargadas de asistir un parto y asistían a la mujer desde el inicio del trabajo de parto hasta inclusive el puerperio; hoy en la “industria de los partos”, hay una variedad de especialidades médicas y no médicas, que nos asisten, desde enfermeros, ginecólogos, obstetras, anestesistas, secretarias, y tantos otros que ya ni sabemos qué hacen con nosotras ni cuál es su función.

En la actualidad, parir ya no se trata de un fenómeno normal, propio de la naturaleza, ha pasado a ser parte de un concepto del capitalismo, de la industrialización, las mujeres hemos pasado a ser un objeto del mercado.


La división del trabajo simplificó las operaciones individuales y proporcionó oportunidades de empleo en la industria a trabajadores no cualificados profesionalmente. Más trabajadores, significó más poder de compra, lo que, a su vez, contribuyó al desarrollo de la sociedad y la industria en su conjunto. El fuerte incremento de la productividad es la verdadera significación de la Primera Revolución Industrial y sus efectos se han difundido sobre todos los aspectos de la sociedad. La división del trabajo evoluciona en fases. Una primera división produce un trabajo cooperativo, lo que genera una segunda división del trabajo, que a su vez produce un trabajo cooperativo adicional, estableciéndose una secuencia hacia una mayor especialización y eficacia en la organización del trabajo. No es exagerado decir que no existe ningún fenómeno social que no esté afectado por la división del trabajo.


A través de su división, el trabajo tiende a simplificarse, se vuelve más concreto y más mecánico. Es así que, a raíz de esta división, y como un segundo gran hito de ésta época, Henry Ford revolucionó la producción empleando líneas de montaje (trabajo en serie) para fabricar automóviles. Para abaratar los costes del automóvil y hacerlo accesible a gran cantidad de gente, Henry Ford tuvo que modificar de forma radical los procesos de producción industrial. Y en ello radica la importancia de sus innovaciones: diseñó una estrategia de producción concebida a partir de la normalización de las distintas piezas que componen el automóvil, las cuales eran fabricadas en serie, para ser ensambladas de forma ordenada en una cadena de montaje. Esta nueva forma de trabajar permitió reducir sustancialmente los tiempos necesarios para la fabricación de un automóvil y reducir consecuentemente el precio por unidad, lo cual favoreció en gran medida la motorización. Y uno piensa “¿Qué tiene que ver un automóvil con una parturienta?” En la industria de los nacimientos, de los partos, la mujer es “el objeto” al igual que “el automóvil” lo es en las fábricas automotrices.

Este proceso complejo de trabajo no solo afectó al producto sino también al los productores. Los críticos argumentaban que el hecho de realizar estas tareas tan mecánicas y repetitivas en el proceso de montaje convertía a la gran mayoría de los empleados de Ford en autómatas sin inteligencia, y que la manipulación del ritmo de la línea de ensamblaje equivalía a la “esclavitud por control remoto”. Si observamos qué es lo que sucede cuando una mujer ingresa al hospital con trabajo de parto, podemos apreciar como todo el equipo médico responde de manera mecanizada, automatizada, rutinaria, no importa cómo llega, porqué llega, quién es, todas las mujeres son tratadas por igual: lo primero que se hace es un monitoreo (escuchar los latidos del corazón del bebé), en este punto se evalúa si hay una urgencia médica que necesite una anestesia o no; después se realizará un tacto, para ver qué dilatación tiene la paciente, este de 2, 6, 4, 8cm, seguramente se la interna, se le pone un suero por donde, también, y acto seguido, se le va a poner una hormona sintética, llamada occitocina, comúnmente llamada “goteo”, para apurar todo el proceso. No está de más comentar que este “goteo” resulta muy doloroso para la mujer, porque las contracciones vienen más rápidas y más fuertes de lo que lo harían normalmente, y el cuerpo de la mujer no está preparado para tales contracciones, entonces, y acá viene el paso siguiente, se le aplica epidural (anestesia) porque la parturiente no soporta tanto dolor. En medio de todo este proceso se hacen varios tactos para ver cómo va la dilatación, y también se hacen continuamente monitoreos; sino dilata rápidamente se le dice: “no dilatas, te vamos a hacer una cesárea”, y, si las frecuencias cardíacas del bebé decrecen también es motivo para una cesárea, a pesar de que es normal que las frecuencias bajen, el bebé inevitablemente sufre ante toda contracción. Solo en un 10 % de los casos, la necesidad de una cesárea de urgencia es más que viable y aceptable, a sabiendas de que la misma ha salvado millones de vidas.



En este mundo tan industrializado, no se puede esperar que la mujer haga su parto a “su” tiempo y a “su” manera, todo tiene que resultar “rápido” y a la manera de las normas de la institución. Rápido en estos tiempos equivale a eficiencia, efectividad y economizar, (en el sentido de reducción de gastos y aumento de ganancias). Por lo que, el resultado de esa extensa “línea de producción” humana, generalmente finaliza con la presencia de la “vedette” de estos tiempos: LA CESÁREA. Obviamente la más redituable, pero no así lo mas necesario, ya que lo esperable es que la naturaleza falle en no mas de un 10 % para que ésta se justifique. Sin duda salva y ha salvado muchas vidas a lo largo del tiempo, incluso desde la época de Henri Ford, pero actualmente el número de cesáreas ha subido hasta más de un 60%, basándose la lógica de esta estadística, no solo en la ya nombrada obtención de rentabilidad, sino también en la ejecución caprichosa y en la “comodidad” de programación en fecha y hora de la misma por parte de los profesionales, al mejor estilo de aquella Revolución Industrial.



Continuando con los pasos, si todavía no se llegó a una cesárea, llegamos al momento en que es necesario que la mujer puje para hacer salir al bebé, si en el primer pujo el bebé no empezó su salida, entonces es “necesario” hacer un corte en la vagina, llamado episiotomía, para que el bebé pueda salir, evitando así un remoto y posible desgarro. El bebé nace y se le aplican una cantidad de rutinas innecesarias (sondas de aspiración, es pesado, medido, bañado, vacunado) y, en la mayoría de los casos, se los deja en observación en la nursery para después de dos horas, ser entregado a su madre. Todo este proceso continúa en ese ritmo hasta que la mamá y el bebé son dados “de alta”. El producto está listo.



El control activo del parto, con su énfasis en soluciones tecnológicas, invita a desarrollar aún más tecnología. Una vez metidos en la empresa de la tecnología, es muy difícil parar o reducir toda esta maquinaria. “Si surge una complicación por la utilización de tecnología, la solución es más tecnología”.

Igual que con otras intervenciones tecnológicas, utilizadas durante el trabajo de parto, los que emplean el control activo del mismo parecen estar empeñados en restar importancia y ocultar cualquier riesgo, asegurando que todo es seguro. Ante nada hay que definir el término seguridad. Puesto que cualquier procedimiento o tecnología médica implica riesgos y efectos secundarios, ninguna tecnología es 100% segura. En cualquier caso, hay que hacer el balance entre la posibilidad de un buen resultado (eficacia) y la de un mal resultado (riesgo). Considerando que ante cualquier intervención, la posibilidad de un buen o mal resultado, puede estar determinada científicamente. Si el proceso transcurriera sin ningún tipo de intervención, siendo debidamente controlado, la inclusión de la tecnología y los riesgos son casi nulos. En cuanto se comienza a intervenir en los partos, los riesgos comienzan a elevarse. Por lo que, desde este punto de vista, realizar una cesárea (innecesaria) es un mal resultado, a pesar de que las dos personas involucradas estén con vida. Como toda operación, conlleva una lista de riesgos, infecciones, recuperación lenta y tardía de la mujer, bajada de la leche atrasada, problemas con la lactancia, entre otros tantos.


Este sistema, que Henry Ford incorporó por primera vez de forma masiva a la producción industrial, es uno de los conceptos de productividad más poderoso de la historia. Fue en gran medida responsable del surgimiento y la expansión del sistema industrializado y basado en el consumo existente en la actualidad.

Es sabido que la industrialización ha traído mejores resultados, más eficacia, más trabajos, mejores productos, pero no hay que olvidar que los seres humanos no somos objetos, no podemos seguir permitiendo que la mujer que va a dar a luz, sea tratada como un producto del mercado. Hay que hacer uso de la tecnología, sí, pero no abuso.

A lo largo de la historia de la adaptación evolutiva, los seres humanos han ido desarrollando lentamente mecanismos y prácticas innecesarias para el nacimiento. Entorpecer este proceso sagrado que es la concepción, el embarazo, el parto y el nacimiento, podría tener como resultado un imprevisto e inintencionado daño, ya que la adaptación biológica es un proceso muy lento. Las aparentemente inofensivas prácticas modernas, nombradas brevemente en este escrito, han tenido unas consecuencias muy dañinas para la mujer y su bebé, y han sido demostradas científicamente.

La humanidad ha sabido, por miles de años, reconocer sus procesos fisiológicos y actuar acorde con la naturaleza. La industrialización y la medicalización de nuestras sociedades nos han llevado a una separación de esa sabiduría y a cometer actos absurdos, peligrosos y denigrantes.

Sabemos que la tecnología ha salvado muchas vidas, pero también es sabido que ha ocasionado muchas muertes y muchos daños psicológicos. Seamos más respetuosos, no sólo de los deseos que cada mujer tenga para ese momento, sino también con la naturaleza misma. Aprendamos de ella. Dejemos que ella actúe, y solo si es estrictamente necesario, hagamos uso de la tecnología. La búsqueda de un parto respetado no va en contra de la tecnología; va en contra de la mala utilización que la mayoría de las instituciones médicas de Argentina, de América Latina y del mundo, hace de ella.


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